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[CRÍTICA: “Beetlejuice, Beetlejuice” de Tim Burton]

Foto del escritor: Gonzalo "Sayo" HurtadoGonzalo "Sayo" Hurtado

Actualizado: 20 sept 2024

36 años después de su celebrado estreno, el fantasma más incorrecto del mundo sobrenatural regresa con una secuela que reencuentra a su creador con lo más exagerado -pero representativo- de su propio universo.


De esa primera parte de la carrera de Tim Burton queda siempre la sensación de una absoluta irreverencia que se empata con su gusto por un terror que va más allá de lo clásico y roza lo slasher y gore, elementos sanguinolentos que el director toma para celebrar esos subgéneros desde el cinismo y el humor negro. Antes que dejara su huella indeleble en la saga de Batman o diera forma a notables títulos como El joven manos de tijera” (1990) o Ed Wood” (1994), Beetlejuice” (1988) fue su primera muestra en largo con una comedia desopilante y fascinante a la vez, con un Michael Keaton convirtiéndose en el súmmum de mucho de lo que podría ser en los tiempos actuales un personaje “cancelable”, pero que desde el humor canaliza la necesidad de Burton por romper con los retratos afables de la vida.

El "Beetlejuice" de 1988

 

Tras un evidente bajón en su filmografía acentuado por 2 títulos como Big Eyes” (2014) y Dumbo” (2019), que desdibujaban su natural espíritu iconoclasta, Burton ha tenido un respiro al ser el productor ejecutivo y director de 4 episodios de la serie Wednesday” (2022) –la popular “Merlina” de “Los locos Addams”-, donde a pesar de las críticas divididas, era evidente que se sentía más cómodo al reencontrarse con motivos que inciden en su mundo oscuro y cachondo, además de trabajar con una actriz como Jenna Ortega, cuyo espíritu “freak” la acerca irremediablemente a su propio universo.


BITELCHUS, BITELCHUS

 

Si la historia original era una aventura desmedida y jocosa por donde se le mire, con una pareja muerta en un accidente (Geena Davis y Alec Baldwin), quienes se niegan a que la casa de sus sueños sea ocupada por la familia Deetz y contratan al bufonesco fantasma Beetlejuice para que los espante, el lado burlesco se veía balanceado por la presencia de la adolescente Lydia (Winona Ryder), una incomprendida del mundo con aires góticos y tendencias suicidas, quién es la única que guarda un rasgo de empatía con el “más allá”, siendo ese pasaje una suerte de reivindicación para todos aquellos que se sienten “diferentes” en un mundo parametrado. La versión 2024 nos reencuentra con los Deetz en un recambio generacional y volviendo a la mansión donde todo empezó.


El guión de la nueva entrega, escrito por la dupla de Alfred Gough y Miles Millar (colaboradores de Burton en Wednesday), ha empatado su visión entre lo comercial y artístico y que tanto éxito les ha ganado en el cine y la tv, rescatando de manera eficaz el espíritu original de la versión ochentera y haciendo un traslape a los dos miles que se siente natural y orgánico. Por supuesto, hay elementos que se reiteran y ante el vacío que Lydia deja al asimilarse al mundo adulto como conductora de un reality sobre historias fantasmales, que lejos de afirmar su propia autonomía la acaba convirtiendo en una pieza de ese “sistema” del que antes renegaba (aquí es imposible desdoblar mucho de lo vivido por Winona Ryder en el mundo real con su propia interpretación), ese espacio pasa a llenarlo con comodidad su hija Astrid, personaje al que Jenna Ortega le insufla su natural condición de “contestataria” en una industria cinematográfica a la que no tiene miedo de criticar. Esa dimensión adolescente consigue un peso específico en la narración, aunque en algún momento se sienta cortado de cuajo por la parte tremendista de la historia.


¿ACASO ESTAMOS TODOS LOCOS?


Beetlejuice, Beetlejuice tiene el encanto de una comedia nada complaciente y ese espíritu se celebra a la vista de la poca originalidad y el agotamiento de muchas fórmulas del género que suelen llenar la cartelera. Las referencias de este universo desmedido que van desde Mario Bava, Russ Meyer y mucho del gore italiano fluyen con una fascinación por lo perverso y provocativo, y aunque la presencia de tantos notables secundarios como Willem Dafoe, Monica Bellucci (pareja del director) o Danny De Vito se siente más en el tono de “comparsas” que no son más que piezas que encajan en un gran tiovivo de sensaciones y que encarrillan la historia a un derrotero previsible, el descaro de su empaque hace que perdonemos aquello fácilmente. Burton nos presenta un encadenamiento de delirios que nos llevan a uno mayor y que puede sonar facilista, pero nos hace cómplices al influjo de las locuras de su protagonista, empeñado en casarse con Lydia (su incorrección no llegó a proponérselo a la joven Astrid), enalteciendo sus propios desvaríos en una escena nupcial matizada por el tema "Mac Arthur Park" del finado actor Richard Harris (apunte para los melómanos más relamidos).


No se trata de la película del año y no viene a proponer vanguardia alguna, pero el solo hecho de sacar a la oferta comercial del marasmo se le agradece a un Tim Burton cuya huella se siente indeleble desde las tribulaciones de sus incomprendidos “parias” o desde la desbocada presencia de un “Beetlejuice” (con quien parece compartir más de lo que podría admitir) y que no necesita tener el protagónico absoluto para brillar como un indeseable incorrecto que se escapa por pies de los aires “canceladores” de los nuevos tiempos.


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