[CRÍTICA: “Black Panther: Wakanda Forever” de Ryan Coogler]
- Gonzalo "Sayo" Hurtado
- 15 nov 2022
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 17 nov 2022
La nueva entrega sobre el reino africano de Wakanda –aunque sufre la pérdida de su protagonista original, Chadwick Boseman-, abre un nuevo frente al confrontarlo con Namor, rey de Talokan, un antiguo pueblo maya cuyos habitantes se han adaptado a la vida bajo el agua.

Dentro del vertiginoso mundo de las adaptaciones del cómic –puntualmente el caso de Marvel-, cuesta cada vez más sorprender al público frente a un universo en el que hay demasiadas películas y cada vez son menos las que podemos resaltar más allá de ser mero entretenimiento y vehículos de marketing explotados hasta la saciedad. “Black Panther” (2018) fue la oportunidad para expandir las franquicias a terrenos en los que la curiosidad de los creadores de los cómics (Stan Lee y Jack Kirby) por explorar mundos opuestos a la dura realidad de los años sesenta, los enfrentó incluso con el statu quo de la diversión industrial. Así, buscaron una salida imaginaria a aquel infierno que la Guerra Fría y el colonialismo habían planteado para tener una reserva fuera de aquellos fueros con el reino de Wakanda, una suerte de burbuja de modernidad y riqueza que reivindicaba al África negra, algo concebido antes que el Blaxploitation tomara los cines con la aparición de justicieros afro como “Shaft” (1971) de Gordon Parks.

Evidentemente, mucha de esta visión encaja con los discursos de corrección política que Hollywood se ha tomado a pecho como un manual de buenas maneras para tratar de borrar de su imagen tantas décadas de exclusión y supremacía blanca en la gran pantalla. No es que les crea demasiado, pero el hecho es que lo están aplicando al menos en este nivel. Si la primera entrega de esta saga tuvo una gran aceptación al ser una combinación de aventuras y acción con un potente mensaje de reivindicación hacia la comunidad negra (en contraste con las tensiones raciales tan frecuentes en EEUU y el aumento de los discursos de odio fomentados por el ultra conservadurismo), pues el resultado fue una generosa taquilla que superó los US$ 1300 millones. El éxito, derivado de un director innovador como Ryan Coogler y un aplicado elenco encabezado por un actor que emergió al estrellato a los 40 años como el desaparecido Chadwick Boseman (y con extraordinarias cualidades), dio la excusa a los mecenas hollywoodenses para seguir sacando rédito de este combo de “entretenimiento y reivindicación social”.
SOBRE LA PRODUCCIÓN EN SÍ
Ante el inesperado deceso de Boseman por un cáncer de colon, la producción decidió no buscar un reemplazo e incorporar la muerte del personaje del Rey T’Challa a la trama, lo que dio paso a una suerte de matriarcado en Wakanda encabezado por la reina Ramonda (Angela Bassett), quien es ayudada en su gobierno por la mente científica de la princesa Shuri (Letitia Wright), la general Okoye (Danai Gurira) y su antigua nuera Nakia (Lupita Nyong’o), además de proteger a la brillante universitaria Riri (Dominique Thorne), quien es la única capaz de desarrollar un detector de vibranium, un mineral prodigioso que solo se encuentra en este reino y que es codiciado por las potencias mundiales por su capacidad para desarrollar tecnología bélica. Justamente, este aspecto es lo que desencadena los giros de la trama, ya que la ambiciosa búsqueda de dicho mineral en los fondos marinos desata la furia de Namor (Tenoch Huerta), rey de los atlantes de Talokan, una civilización mesoamericana que en el siglo XVI se adaptó a la vida submarina para huir de los invasores españoles. Ahora, su líder demanda a Wakanda el unirse a ellos en una guerra contra el mundo exterior bajo la amenaza de destruirlos si se oponen.

Lo más resaltante de esta nueva entrega es la idea alrededor del colonialismo occidental como una tara que ni siquiera los Avengers han podido combatir. En ese sentido, Wakanda es presentada como una suerte de bastión de la resistencia afro frente a potencias como Francia e, incluso, EEUU, quienes a decir de uno de los personajes como el agente gubernamental Everett Ross (Martin Freeman), “podrían hacer un uso indebido del vibranium”. Sin embargo, esa idea latente da paso al enfrentamiento entre quienes representan más bien a los oprimidos. No es ninguna novedad qué desde los cómics, Namor siempre ha encarnado la idea de un outsider dentro de los superhéroes de Marvel, ya que no llega a entender la lógica (o ilógica) del mundo exterior, a quienes considera enemigos por el solo hecho de ser diferentes. Esta versión lo coloca varios pasos más allá al mostrarlo con un ánimo de supervivencia ligada al fundamentalismo (¿alguien dijo terrorista?) a pesar de su andar sereno.

El mexicano Tenoch Huerta como el atlante Namor.
No me detendré a ahondar en una discusión de fans indignados porque las raíces griegas de Namor hayan sido cambiadas por las del pueblo Maya. En todo caso, lo que hace ruido en esta versión es la romantización de la preservación de una cultura milenaria bajo una mirada “New Age”, en la que la representación de dicho mundo suena más a un montaje exótico para “ojos occidentales” que a una suerte de homenaje a lo precolombino y en el que se pierden actrices guatemaltecas como María Telón y María Mercedes Coroy (la madre del atlante), ambas de destacada trayectoria en el cine latinoamericano ("Ixcanul", "La llorona") pero cuya presencia en un blockbuster como este solo las encierra en una idea chata y cosmética de la región. La caracterización de Namor termina siendo una extraña visión de Mesoamérica dentro de un crisol de personalidades solemnes y pétreas, mientras que el mundo de Wakanda se ve a su vez sobrecargado y postizo, como si fuera una versión más exagerada del reino de Zamunda en el que habitaba Eddie Murphy en “Un príncipe en Nueva York” (1988).

Adicionalmente, la extensa duración de la película (2 horas y 40 minutos), sumado al enorme universo de personajes que interactúan, trae un efecto de desgaste en el que la narración va perdiendo potencia hasta llegar a una resolución facilista y sin mayor sorpresa. Por supuesto, las coreografías de peleas están a la orden para que el efecto de asistir a un parque de diversiones no se pierda. Es en este punto donde uno se pregunta que tanto se puede seguir estirando cada franquicia sin caer en un modelo decimonónico que se repite hasta el infinito.

No deja de ser curioso el que productos de entretenimiento como éste asuman con entereza imperativos morales que resultan ajenos a la industria que representan. De ahí que la preocupación de Marvel por el “colonialismo” histórico se contradiga con otras formas de imposición como es la del cine hollywoodense en desmedro de las cinematografías locales. Seguramente muchos dirán que este es un esfuerzo de “inclusión y empatía”, ello sin tomar en cuenta que se da a tono con una visión hollywoodense de Latinoamérica desde fenómenos como “Coco” o en excentricidades derivadas de una película de James Bond que institucionalizó una inexistente fiesta de Día de muertos en Ciudad de México. Dato curioso: Dentro de tantos esfuerzos inclusionistas, ¿por qué Tenoch Huerta, actor con una extensa trayectoria en México recibe el “generoso crédito” de: “Presentando a” como si se tratara de un debutante?

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