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[CRÍTICA: “Chabuca” de Jorge Carmona]

  • Foto del escritor: Gonzalo "Sayo" Hurtado
    Gonzalo "Sayo" Hurtado
  • 12 abr 2024
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 14 abr 2024

El biopic sobre el actor y presentador televisivo, Ernesto Pimentel, llega finalmente a salas. La trama, que busca conexión con el público desde una vida de trabajo y sacrificio que desafía numerosos prejuicios, es una de las apuestas comerciales más logradas de la productora Tondero.


El llevar a la pantalla grande la vida de artistas populares supone un reto tentador ante las posibilidades que ello abre desde el éxito comercial. Habrá quienes se lo tomen a pecho y lo asuman con mucho rigor y fidelidad, mientras que otras propuestas, enfocadas solamente en lo económico, caen en el facilismo y lo superficial. Aunque en Latinoamérica el género se ha enfocado últimamente más en la tv y con resultados desiguales (lo más destacable es la primera temporada de la serie Luis Miguel), en nuestro país, la tendencia vuelve al cine con un icono de la comicidad como lo es Ernesto Pimentel y su popular personaje de la “Chola Chabuca”. Dirigido por Jorge Carmona, que en televisión ha plasmado con mayor fidelidad su mundo personal a través de series como Misterio” (2005), La gran sangre” (2006) y Lobos de mar” (2006), en contraste con una trayectoria en cine menos homogénea y más errática, esta vez ha podido aterrizar con mayor acierto una historia que reconstruye de manera cálida el perfil del popular comediante, esquivando la tentación de ponerlo en un altar o de hacer de la película un mero vehículo en favor de su representado.


La trama, que se remonta a la niñez de Pimentel en el interior del país, busca desde el inicio un acercamiento al conflicto en torno a su propia sexualidad con naturalidad e, incluso, picardía, como si se tratara de una suerte de retrato neorrealista en el que el protagonista va exponiendo los motivos de su lucha personal, pero sin estridencia. A diferencia de otras propuestas comerciales de Carmona, desbocadas y excesivas como la adaptación al cine de La gran sangre” (2007) o la caprichosa Av: Larco: La Película” (2017), el director ha capitalizado los yerros de aquellas producciones en favor de una mirada que consigue un balance que es respaldado por una puesta en escena en la que los planos secuencia, más que proponer solamente un agradable juego visual, refuerzan el punto de vista del narrador, además de la composición de encuadres con evidente tono metafórico, un aspecto que en otras obras suyas se percibe recargado y que en esta ocasión es un recurso más puntual y evocativo.


Otro aspecto logrado lo es las decisiones de casting: el protagonista, Sergio Armasgo, destacado actor de la escena teatral independiente, consigue no solo un asombroso parecido con el personaje real, también logra insuflarle el aliento necesario para componer orgánicamente y sin tapujos la evolución de su propio conflicto, desmitificando espacios al encontrar calor humano en rincones de la escena ochentera como los espectáculos queer, acercando al espectador a aquellos cotos de la marginalidad LGTB de la época con una mirada tolerante y empática. En ese devenir, actrices como Haydeé Cáceres y Norka Ramírez, abuela y madre de Pimentel en la ficción, dan suficiente soporte dramático a sus papeles y son esas presencias escénicas las que sostienen el ritmo de la película por un derrotero mayor al de un simple biopic por encargo. No podemos decir lo mismo de la presencia de Erick Elera en el papel del tío del protagonista, a quien es imposible separar del rol de Joel en la serie Al Fondo Hay Sitio, cuyo aporte termina siendo nulo más allá del objetivo de marketing con el que ha sido sembrado en la historia.


El guión firmado por Cristóbal Vázquez, Mariana Silva e Ítalo Cordano no pierde de vista al protagonista en su dimensión de luchador y emprendedor, enfrentándose no solo a la necesidad económica sino al flagelo de ser portador del VIH, lo que empuja todo al momento climático en el que debe encarar los testimonios de su ex pareja (Miguel Dávalos), quien ventila muchos aspectos de la relación que ambos tuvieron, escándalo que amenaza con destruir su carrera. A pesar que el contexto social de la Lima de aquellos años es representado de manera creíble desde los prejuicios y el señalamiento contra el homosexual, el impacto de la parte política se desliza de manera muy tenue cuando el canal en el que laboraba Pimentel sugiere que pueden “bloquear” la publicación de la novela de su ex amado (referencia que nos lleva directamente a la oficina de Vladimiro Montesinos en el Pentagonito). Aunque el telón de fondo de aquellos años era la crisis económica heredada del primer gobierno de Alan García y los primeros años del fujimorato, ha sido la opción del director y los guionistas esquivar esa arista, aunque pudo ser un aspecto que de haber sido más explícito habría brindado una atmósfera mucho más sugerente.

 

Si bien todo se conduce funcionalmente en la mayor parte de la película, el tramo final no puede evitar caer en un ánimo abiertamente celebratorio hacia su protagonista. Y aunque la resolución choca con los terrenos del “publicherry”, no le quita mérito a un biopic que va más allá de la expectativa de ser un trabajo por encargo y consigue su objetivo de entretener y conmover desde una perspectiva de lo comercial que no está divorciada del mérito cinematográfico.


*La película ya se encuentra en cartelera

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