Con una visión incendiaria de lo que podría pasar en una nación en la que no dejan de surgir radicalismos y posturas extremas dignas de la era Trump, esta producción propone un escenario apocalíptico para la crisis interna y la lucha de poderes en EEUU.
El británico Alex Garland tiene un continuo en su obra tanto como guionista y director, obsesionado con la idea de que más allá del desarrollo tecnológico y los prodigios de la ciencia, la raza humana está condenada al descalabro como sociedad y para ello solo basta sortear barreras que pueden ser muy endebles en la vida real. De esa mirada que no se agota tenemos magníficos guiones suyos como “28 Days Later” (2002) y “Sunshine” (2007), incisivos en su intención por llegar al fin de los tiempos, pero también ejemplos detrás de la cámara como “Ex_Machina” (2014), “Aniquilación” (2018) y “Men” (2022), en los que se regocija pensando en maneras de plantear el caos como el escenario más probable a las crisis, premisa que le ha permitido ser cómodamente cobijado por la productora A24, una suerte de factoría del terror indie.
En el caso de “Civil War”, esta vez Garland prescinde de elementos del fantástico y la ciencia ficción y opta por una historia en clave real pura y dura, con un futuro distópico en el que la presidencia de los EEUU ha instaurado una dictadura que lleva al país a una nueva guerra civil. Por supuesto, la presentación del primer mandatario (Nick Offerman), el rictus de su sonrisa maquiavélica y su discurso, encendido y dogmático, no pueden sino sugerir a una figura como la del empresario ultra derechista Donald Trump y al séquito más radical del Partido Republicano.
Con el contexto de EEUU partido entre la lucha del ejército oficial contra los insurrectos de las Fuerzas Occidentales y la Alianza de la Florida, casi toda la nación es un territorio de guerra, con la salvedad de que si en la Guerra se Secesión ocurrida entre 1861 y 1865, los héroes provenían del gobierno central contra el sur rebelde, ahora la figura es la opuesta. Un gran grupo de corresponsales de prensa se encuentran en Nueva York, pero 3 de ellos: la experimentada fotógrafa Lee (Kirsten Dunst) y los reporteros Joel (Wagner Moura) y Sammy (Stephen McKinley Henderson) deciden hacer el peligroso viaje hacia Washington para tener la exclusiva del momento en el que el presidente es depuesto, algo que se hace ya inminente. A ellos se les unirá la fotógrafa novata Jesse (Cailee Spaeny), quien tendrá literalmente una prueba de fuego durante la misión.
GOD BLESS AMERICA
Si hay un recurso que Garland maneja muy bien lo es el sentido del efecto, y es eso precisamente lo que articula gran parte de la narración de “Civil War”, con un montaje que exalta las sensaciones en los momentos más tensos, buscando la pausa en medio de acciones trepidantes, contrastando el ruido de los balazos con el ritmo de una banda sonora de vocación contestaría a cargo de músicos alternativos como Silver Apples, Suicide, De la Soul o Sturgill Simpson, o cambiando el registro a la mirada documental cuando necesita reflejar momentos de gran crudeza en los que precisa un punto de vista con apego absoluto a la realidad sin elementos cosméticos (ahí tenemos la mejor escena a cargo de Jesse Plemons como un “patriota” radical).
A lo largo del viaje de los hombres de prensa, seremos testigos de los horrores de la guerra y el significado de ser una nación con armas a libre disposición. Basta tan solo que las reglas se quiebren ante una circunstancia bélica para que afloren sentimientos y pulsiones que nos llevan ante seres de vocación bestial y despiadada, cuyos motivos para la radicalidad ya han sido cultivados desde expresiones racistas y xenófobas que ya son parte del día a día en la patria del tío Sam. Semejante espectáculo no está libre de escenas con cierto tributo al gore y en las que la vista de ciudadanos armados en algo emula a "La noche de los muertos vivientes" (1968), con pacíficos civiles cayendo como víctimas de una fiebre al contacto con rifles y escopetas.
En este punto, la mirada de Garland hacia un país en guerra mantiene el puente con sus anteriores trabajos en el sentido de que el fanatismo o el falso patriotismo exaltado desde la presidencia misma, opera en la gente con la misma fatalidad que un virus que produce zombies. Pero no es la única lectura al respecto, ya que al enfocarse desde el personaje de la veterana Lee, a la que Kirsten Dunst le imprime un tono de dureza cuya coraza no está libre de momentos de debilidad, llegamos a la conclusión de que la vocación del corresponsal de guerra tiene también un hálito de irracionalidad e inmolación al buscar un propósito que se enfrenta constantemente a la muerte, siendo la figura de la inexperta Jesse, una suerte de posta generacional que recibe de ella enseñanzas que solo perpetúan aquel germen traumatizante de buscar sentido a la vida entre lo tanático.
El road trip que supone aquel recorrido de dolor y muerte tiene su colofón en el tramo final del viaje, donde el asalto a la Casa Blanca es coreografiado con mirada verista y es entonces que Garland saca a relucir más perlas al mostrar casi como un rasgo ideológico de todas las administraciones estadounidenses la idea de extirpar el mal con la muerte (casi como si se tratara de la persecución de Osama Bin Laden). Lejos de una resolución que exalte la “gloria” de la victoria de los “buenos”, prevalece en la mirada de los militares de las Fuerzas Occidentales aquella consagración de una violencia que no suena a redentora, sino más bien a justificar el uso de la misma a conveniencia (solo basta con revisar la historia de un país que ha abusado de ese método para conseguir supremacía mundial). Así “Civil War” opera más que como una advertencia, como la comprobación de una condición que de una manera u otra ya se da en el corazón de la aún más grande potencia mundial.
Se trata del estreno comercial más impresionante en lo que va del año, pero no podría vaticinar que vaya a ser una gran favorita de cara al Oscar 2025, ya que su discurso crítico e incómodo puede herir las susceptibilidades de un Hollywood más acorde con la corrección política que en pretender hacer señalamientos que contradigan a su propio Statu Quo.
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