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[CRÍTICA: “Hasta los huesos” de Luca Guadagnino]

  • Foto del escritor: Gonzalo "Sayo" Hurtado
    Gonzalo "Sayo" Hurtado
  • 8 dic 2022
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 18 may 2024

Después del éxito que significó la atrevida “Call Me By Your Name”, el director italiano emprende un viaje por la América marginal de la mano de una pareja de jóvenes caníbales. El resultado, entre apuntes gore y cierta melancolía, no deja de ser curioso.


Las raíces italianas de Luca Guadagnino han condicionado su cine a una mirada que se encierra por momentos en la tradición de una cinematografía en la que los espacios físicos son de por sí de una gran riqueza iconográfica. Sin embargo, esta vocación no le ha impedido romper el molde del terruño propio para intervenirlo con una lectura que aspira a la universalidad, como si el vencer convenciones y formalismos fuera su muy personal grito de libertad. En su largo camino, actrices como Tilda Swinton han fungido de vehículos emocionales para conseguir un balance entre la espontaneidad y el control de sus personajes, prevaleciendo siempre el pasar a través de los géneros para llegar al secreto íntimo de estos con una mirada voyeurista y sublimada por su búsqueda documental.

Luca Guadagnino durante el rodaje de "Hasta los huesos"


En Call Me By Your Name (2017), la necesidad de descubrir el proceso de un joven gay fue la excusa perfecta para llevar su narración más allá de los límites que el cine estadounidense se impone desde lo canónico y hasta por el mismo pudor. Su cruce desde la visión romántica del campo italiano con actores norteamericanos que sacuden el cotarro con irreverente espíritu para manifestar su opción sexual, es la afirmación de un cine que se postula libre de ataduras.

Luca Guadagnino junto a actores Taylor Russell y Timothée Chalamet en el Festival de Venecia, donde ganó el León de Plata a la Mejor Dirección


Todos estos ingredientes generaron una gran expectativa en torno a Hasta los huesos” (“Bones and All”), su primera película filmada íntegramente en EEUU acerca de dos adolescentes: Maren (una excelente Taylor Russell) y Lee (Timothée Chalamet), quienes se conocen mientras la primera huye una y otra vez de su insaciable apetito por la carne humana, descubriendo a lo largo de un viaje a través de varios estados del centro de la nación a sujetos de similar condición a la suya, estableciendo con Lee un pacto para sobrellevar ambos el estigma que cargan como una suerte de casta maldita.


Lo primero que llama la atención es el escenario que nos presenta Guadagnino, con una mirada nostálgica que no se queda en la mera contemplación de un campo como elemento romántico que pretenda llegar a lo puramente bucólico. Ese recorrido a través de una realidad marginal que es la contracara del sueño americano, es su manera de descubrir los EEUU desde un road-movie invadido por sentimientos intimistas recurrentes en su cine, pero salpicado con elementos del horror gore que no llegan a contaminar la historia con el morbo de una película de zombies ni mucho menos, siendo evidente que su referencia al género no excede a su necesidad de descubrir a sus personajes desde sus sentimientos profundos.


En ese devenir, tanto Maren como Lee, más allá de su extraña naturaleza, son una pareja de desarraigados de la sociedad tratando de resolver su propio misterio mientras se sumergen en el corazón de una Norteamérica oscura y sórdida que les resulta ajena y hostil. Incluso cuando conectan con algunos de sus pares, caen en cuenta que los procesos de aceptación y asimilación de su canibalismo no son los mismos y esto más bien abre puertas hacia una falsa comunión que escuda estancias siniestras. En ese aspecto no deja de ser notable la aparición de un personaje como el del taciturno Sully (Mark Rylance), cuya soledad y abandono son las huellas de una anomia social que nos remite por momentos a los estados de ánimo de personajes de películas tan diversas como Paris, Texas (1984) de Wim Wenders y Perdidos en la noche (1969) de John Schlesinger o a tantos incomprendidos del universo de Terrence Malick (resulta curiosa la aparición puntual de David Gordon Green, director de la última trilogía de Halloween).


Hasta los huesos termina siendo una visión de EEUU con el apunte lacónico de la soledad urbana de pinturas como “Nighthawks” de Edward Hopper. La excusa de mostrar una dimensión desgarradora en sus protagonistas como seres hambrientos de carne humana y su condición de incomprendidos, es también la manera de Guadagnino de explorar Norteamérica -a medio camino entre el terror y la denuncia social- desde la perspectiva de seres incapaces de renunciar a una condición genética y que necesitan ser escuchados antes que condenados. Aunque la premisa general de su autor no deja de sentirse con un grueso desbalance entre el intimismo y la mirada de género (algo que es patente en casi toda la historia y sobre todo en el tramo final), aun así, no deja de ser apreciable el viaje exploratorio por aquel universo decadente que parece negar la expiación a sus parias como una maldición a cuestas.


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