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[CRÍTICA: “Joker: Folie à Deux” de Todd Phillips]

Foto del escritor: Gonzalo "Sayo" HurtadoGonzalo "Sayo" Hurtado

Actualizado: 3 oct 2024

La secuela de aquella película que tantas pasiones generó casi como un culto religioso, siendo imposible diferenciar a fans enamorados y comentadores que se treparon a la ola de su popularidad con un inusitado éxtasis, llega a cartelera borrando de un plumazo todas aquellas premisas que sostenían su éxito ante las masas.


La primera entrega de “Guasón”, concebida como una isla fuera del universo actual de películas de la DC, le dio la oportunidad al director Todd Phillips de salir de su habitual rutina dentro del terreno de las comedias “incorrectas”, lugar en el que se desenvolvía con natural desfachatez para concebir versiones como la de la recordada serie Starsky & Hutch” (2004) o la saga de “¿Qué pasó ayer?” (2009), películas sin mayor vocación que llenar las salas, pero con evidente intención de ser más mordaces e irónicas que la media del humor estandarizado que Hollywood suele proponer en la mayoría de sus productos. Y para que no les quede duda de ese filón que nace naturalmente de Phillips, está el guión de Borat” (2006) que firmó junto a Sacha Baron Cohen, todo un tratado de la incorrección política que desató polémica al tocar fibras sensibles (con intención y sin ella) por su corrosivo humor, y que abrió debate entre la crítica respecto a su valor real. Igual, la Academia le dio más alas al nominarlo al Oscar en dicha categoría.


“EL BROMAS”

 

El principal valor del Guasón de 2019 lo era el hecho de que un sujeto con tendencias esquizoides llegara –sin proponérselo en absoluto- a encarnar a una figura que simbolice el descontento social frente a la crisis económica, la exclusión y el apetito de los poderosos (¿Alguien dijo la familia Wayne?). En ese punto, la mirada de Phillips llevó lejos su radicalidad al enmarcar el delirio de un atormentado Arthur Fleck hacia el crimen para manifestar su descontento personal contra la sociedad en su conjunto. La película, en la que el ambiente marginal y caótico de Ciudad Gótica se inspira en múltiples miradas a Nueva York que van desde The Warriors” (1979) de Walter Hill y El vengador anónimo” (1974) de Charles Bronson, hasta joyas del universo de Martin Scorsese y Sidney Lumet, nos deja un regodeo en todas ellas para conseguir el empaque apropiado para un filme en el que su protagonista lo era todo, en desmedro de la mayoría de secundarios (salvo el Murray Franklin de Robert De Niro), que no alcanzaban a darle la talla siquiera a una caracterización tan tenebrosa como diabólica.


A pesar de todos esos afeites, Guasón se refugiaba en sus “alegatos sociales” con singular osadía para pretender mostrarse como una “obra mayor” en lugar del producto de entretenimiento que realmente es. Sin objeción alguna por la caracterización extraordinaria de Joaquin Phoenix (ni por su Oscar ganado), el exagerado triunfo a Mejor Película en el Festival de Venecia dio pie a juicios desbocados y manifestaciones afiebradas que terminaron elevando a la película a un lugar mucho más alto que sus propias pretensiones. Todd Phillips, cineasta hábil en el juego de crear polémicas y jugar con el bluff mediático, encontró una producción a su medida para pasar con desparpajo a presentarse como un “autor”. Cuando las masas clamaban por una nueva entrega que no estaba contemplada inicialmente, el director decidió complacer a los fervientes amantes de su creación para engrosar un poco más la billetera (su fortuna bordea los US$ 34 millones), ignorando estos que lo que les estaba reservando esta vez era un chiste de mal gusto.

El peor chiste de la película no lo hace "Guasón", sino su director, Todd Phillips.

 

PAN Y CIRCO

 

El nuevo escenario en el que está instalada la historia nos lleva al penal de la isla de Arkham (que divaga sin vigor entre el ambiente del Alcatraz, fuga imposible de Clint Eastwood y el manicomio de Atrapado sin salida con Jack Nicholson) y las diligencias en la corte previas y durante el juicio del estado contra Arthur Fleck por sus crímenes, enmascarando intenciones que pudieron ser mucho más interesantes, pero que se diluyen rápidamente bajo el rigor de una narrativa cansina y sosa. El protagonista mantiene en alto el liderazgo que la masa le otorga y se regodea en ello. Entonces, la expectativa por un salto mayor alimentado desde la primera entrega está latente, pero pareciera que la historia se hubiera visto influida por muchas lecturas en contra que generó su predecesora respecto a lo peligroso que es encumbrar a un sujeto desquiciado como cabeza de una “insurrección social”. En ese sentido, el guión parece obedecer a ese clamor y la trama enfila no a consolidar la figura de “Guasón”, sino a debilitarla hasta mermar las resistencias del personaje, incapaz de poder llevar sobre sus hombros el peso de una “revolución” que amenaza al Statu Quo de los poderosos de Gótica.


Es curioso como la versión de 2019 coincidió con las primaveras políticas en una parte de los países de África del Norte e, incluso, Latinoamérica, hasta que cada brote de descontento mundial pasó a ser asociado con la película. En lugar de aprovechar ese terreno que podía desembocar en el caos y el delirio absoluto (en el buen sentido), Todd Phillips cede en sus pretensiones contestatarias y lejos de explorar con mayor introspección a la figura del poder encarnada en el fiscal Harvey Dent (Harry Lawtey), cuya búsqueda de justicia se entrampa con su espíritu narcisista y con un velado propósito de proteger los intereses de la clase oligárquica, todo ello es pasado por agua tibia en un juicio que en lugar de consolidar a Arthur Fleck en el esplendor de su locura, termina siendo un “circo barato” como no se cansa de decir el juez encarnado por un irreconocible Bill Smitrovich (para quienes lo recuerdan como el padre de familia de la serie noventera La vida continúa).


Por cierto, el proclamado musical con el que se vendió la idea de esta secuela, no pasa de algunos números bufos que se quedan en cumplidores (cuando no, aburridos), dejando la impresión de ser un gesto forzado que justifique la inclusión en el elenco de la rentable estrella musical Lady Gaga, cuya caracterización de la amante Lee Quinzel no es la representación cabal de una Harley Quinn, sino la interpretación libre (y desganada) de alguien que evoca de lejos a ese personaje (La misma suerte corre el fiscal Harvey Dent, cuya alusión al villano “Dos Caras” solo es sugerida con un chiste cruel). Fuera de una referencia a Melodías de Broadway” (1955) con Fred Astaire y Cyd Charisse, no hay más tela que cortar aquí respecto al género.

Lady Gaga y Joaquin Phoenix: Una pasión que nunca enciende.

 

En síntesis, el trabajo de Joaquin Phoenix no puede crecer frente a los desvaríos de un guión que no tiene un norte definido y que sucumbe ante el desorden de ideas y la indefinición. No deja de ser curioso el que algunos comentadores, antes fervientes defensores de la primera versión, ahora sacan cuerpo rápidamente como si este derrotero no hubiera sido lógico desde la predecible figura de un Todd Phillips que difícilmente volverá a la gloria de los grandes festivales. Pero no hay problema. Para ellos siempre hay “sustancias” y “productos” a la orden para satisfacer su necesidad de subirse a la moda de turno.

*La película ya se encuentra en cartelera.

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