El largometraje número 17 de este director peruano nos reencuentra con muchos de los motivos habituales de su filmografía y, aunque resulte más interesante que sus últimas producciones, es una muestra menos potente de un cineasta habituado a ser un fenómeno de taquilla en los 80, 90 e inicios de los dos miles, pero no por ello prescindible en la irregular escena del cine peruano.
El contexto en el que Francisco Lombardi se convirtió en la cara más visible de la cinematografía nacional se dio cuando la mayoría de producciones no encontraban una comunión con el espectador, hecho que el director tacneño capitalizó a su favor al ser el filtro entre el público y un Perú que salía entre las sombras para mostrarse diverso desde sus contradicciones y con un ánimo escasamente complaciente que hizo un crisol entre la marginalidad, el autoritarismo militar, la burocracia decadente, el clasismo a flor de piel, los deseos oscuros y las frustraciones cotidianas del ciudadano de a pie. Pero tras ese ciclo glorioso en el que la sola mención de su nombre era un sinónimo de largas colas en los cines, vino una suerte de decadencia en la que sus películas comenzaron a sentirse divagantes y cansinas, a la vez que antiguos socios de España como la productora Tornasol Films -que fue fundamental en la internacionalización de su trabajo-, dejaron de invertir sus capitales en este último tramo de su carrera.
DE VUELTA AL RUEDO
“La decisión de Amelia” mantiene esa tendencia de Lombardi al intimismo y reitera con sus últimos trabajos el hecho de manejar –por cuestiones presupuestales- pocas locaciones y personajes, hecho que no tendría que ser un inconveniente en sí mismo, habida cuenta de que ejemplos sobran en la cinematografía mundial de obras extraordinarias concebidas en condiciones de producción mínimas, pero vayamos a lo puntual. La historia se centra en la suerte de Amelia (Mayella Lloclla), una auxiliar de enfermería de un hospital público cuya existencia precaria entre la falta de oportunidades y el estar atrapada en una relación tóxica con un ex novio alcohólico y con tendencias delincuenciales, la llevan a encontrar su punto de equilibrio (o de desequilibrio) entre la insatisfacción y el abuso cotidiano. Cuando Cecilia (Stephanie Orué), una compañera de trabajo, desecha una oportunidad para ser la enfermera personal de Don Víctor (Gustavo Bueno), un amargado y acaudalado empresario minero que está convaleciente en su hogar, Amelia accede a hacerlo de mala gana. Para su sorpresa, poco a poco se va ganando el favor del intransigente hombre, quien en realidad encuentra en la chica una forma de satisfacer su apetito sexual a cambio de una propuesta económica que ella no podrá rechazar.
Lo que más atrae de la historia es el tramo inicial en el que asistimos al drama cotidiano de la protagonista, donde vamos conociendo un entorno en el que conviven la ambivalencia de un ex novio potencialmente abusador (Martín Martínez) con el descaro de su amiga Cecilia, quien se solidariza con ella, pero es a la vez una buscona que tiene una buena posición en el hospital por ser amante de un médico casado. El impacto de tales conductas hace mella en Amelia, acostumbrada a que su hábitat sea definido por la amoralidad de quienes la rodean y que la llevan a una suerte de estado de shock permanente en el que se ha acostumbrado a vivir. Amelia no piensa en un futuro confortable ni en el progreso personal. El solo hecho de estar tranquila y sin presiones es lo único que la aliviana en el día a día, siendo la pulsión de la muerte a raíz de la pérdida de su madre, una suerte de funesto estado ideal que garantiza la paz absoluta ante las miserias de su existencia terrenal y que le crea una visión recurrente.
Stephanie Orué como Cecilia, la desenfadada amiga de Amelia (Mayella Lloclla)
Es aquí donde Lombardi canaliza mejor su experiencia como director de actores, ya que el pequeño universo de secundarios que maneja (la misma Orué, cuyo personaje es el menos contundente, el encorsetado abogado a cargo de Paul Vega o la tiránica ama de llaves que compone con mayor acierto Haydeé Cáceres), le bastan para delimitar las reglas del mundo al que se enfrenta Amelia. Y que no cause tanta extrañeza esta tendencia al microcosmos. Basta recordar el debut en el largo del director con "Muerte al amanecer" (1977).
Amelia (Mayella Lloclla) confrontada con los intereses de un abogado (Paul Vega) y un ama de llaves (Haydeé Cáceres).
EN LA BOCA DEL LOBO
El segundo acto supone un nuevo misterio a resolver cuando Amelia va rompiendo la glacial coraza de Don Víctor, acostumbrado a maltratar y someter al personal a su cargo. Pero donde ella supone que ha encontrado un atisbo de humanidad en un tipo clasista, racista y amargado, en realidad va abriendo una suerte de Caja de Pandora donde ella no tiene ninguna capacidad de dominio y se enfrenta, más bien, a un nuevo espacio de sometimiento, el más radical y perverso que alguna vez haya imaginado. Don Víctor se revela ante ella desde sus deseos más íntimos y los más perversos, también. El trueque económico que puede ofrecer un tipo con su fortuna podría ser tentador para cualquier persona, pero Amelia, que es una abusada recurrente de la sociedad, solo descubre detrás de aquello una nueva forma de perpetuar su dolor.
Don Víctor (Gustavo Bueno), el tiránico jefe de Amelia (Mayella Lloclla).
Es entonces cuando la protagonista es llevada a un extremo en el que buscará el rompimiento y la manera de encauzar, a su propio modo, la restauración de un orden que, a esas alturas, se vuelve prácticamente una reivindicación de género e incluso, social. Amelia no es una heroína ni una criminal, es tan solo la consecuencia de un abuso latente que busca por primera vez tomar el dominio de su propia existencia. El tete a tete con Don Víctor es una pequeña metáfora del Perú provinciano que ha echado raíces en Lima, enfrentado al poder perpetuo de las elites económicas, lectura que lejos de ser el eco de los hechos recientes en la precaria gobernabilidad del país, apunta a siglos de historia que muchos prefieren ignorar. Amelia, siendo una chica con una formación básica, no puede evitar sentirse extrañamente fascinada por los libros de la biblioteca del anciano, los que no entiende del todo pero se revelan como un tesoro oculto, acaso haciendo un apunte irónico de la trascendencia cultural, encerrada en estancias solo para un grupo privilegiado.
Amelia (Mayella Lloclla) acechada por su delincuencial ex novio (Martín Martínez).
Hasta aquí, lo que Lombardi nos presenta es sugerente y siniestro, aunque lo que podríamos objetar es la falta de sorpresa ante el momento final (y que no vamos a spoilear) que se hace previsible, siendo la resolución carente del impacto visual y conceptual que su protagonista reclamaba, quien a falta de una reflexión mayor nos deja más bien un mensaje amarrado más a un sentimiento o desfogue momentáneo, cuando pudo haber sido más anclada al despertar de un sentimiento siniestro que aflora como un músculo nuevo. Lo que sí es muy destacable es el trabajo de Mayella Lloclla, quien desde una expresión compungida que no se agota, demuestra dar la talla para retos mayores y confirma su talento como una de las actrices más interesantes de su generación.
Director Francisco Lombardi rodeado del elenco de "La decisión de Amelia".
Si bien “La decisión de Amelia” se distancia de las últimas propuestas de Lombardi, menos compactas y concretas que el caso presente, tampoco llega a las cotas de sus primeros filmes, pero no es descartable en absoluto al ser un reencuentro del cineasta con varias premisas que definen su cine desde los deseos ocultos de personajes que rompen con su propia moral para revelarse a sí mismos. Por ello mismo, no deja de ser curioso como algunos comentadores, usualmente incapaces de objetar algo a otros directores peruanos con un ánimo que va entre la complacencia y la sumisión oportunista, ahora quieran cebarse con esta película para sacar a relucir su capacidad “crítica”. Juzguen ustedes mismos.
*La película ya se encuentra en cartelera en las cadenas Cineplanet, Cinemark, UVK y Cinerama.
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