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[CRÍTICA: “Mystify: Michael Hutchence” de Richard Lowenstein]

Foto del escritor: Gonzalo "Sayo" HurtadoGonzalo "Sayo" Hurtado

Actualizado: 20 ene 2023

La vida del desaparecido cantante de la banda australiana INXS motiva este documental (que ya se encuentra en Netflix) que ahonda en su compleja personalidad y en los motivos de su trágico suicidio ocurrido el 22 de noviembre de 1997.


No podría haber alguien más indicado para reconstruir el triste devenir de Michael Hutchence que el director Richard Lowenstein, cineasta que desde los inicios de INXS estuvo cerca de estos músicos al concebir varios de sus más populares videoclips como Need You Tonight, New Sensation y Never Tear Us Apart, entre otros. Lo apreciable de su acercamiento a este cantante es su mirada intimista hacia un artista que –aunque parezca contradictorio- no reflejaba en sus fibras más internas el espíritu del animal de industria con el que muchos de sus colegas si se emparentan; además de realizar un atento recorrido a su entorno familiar, a sus parejas y a su absorbente faceta arriba de los escenarios para tener más elementos de juicio en torno a la tragedia con la que su vida acabó.


Mystify: Michael Hutchence esquiva la tentación de más de un fanático de hacer de la narración un homenaje rebosante de emotividad y autobombo que hubiera caído en una complacencia barata en pro de la imagen de un ídolo. En lugar de ello, el director escarba con minuciosidad en la memoria emotiva de su protagonista, echando mano de mucho registro casero y declaraciones robadas tras bambalinas de las agotadoras giras, para exponer su verdadera psiquis. Lector atento, apasionado por el arte y con un deseo innato por expresarse, Hutchence creció con esa motivación desde su niñez en su natal Nueva Gales del Sur, Australia. Aunque su personalidad era más introvertida, su temprana amistad desde la secundaria con Andrew Farris, a la postre, tecladista, compositor y su brazo derecho en la futura banda, impulsó su lado musical. Son pues estos dos personajes los que se revelan como la mancuerna de INXS, siendo las apariciones del resto de los integrantes más restringidas y puntuales.


El primer tercio de la película abunda en ese descubrir al cantante como un alma artística que encuentra su vehículo de expresión en el new wave y el pop ochentero. Los primeros años reflejan la sorpresa del mismo por encontrar un eco masivo a su quehacer y aceptándolo de manera natural, aunque como él mismo lo decía, nunca tuvo un plan ni un propósito dirigido en torno a ello. Es ahí cuando surgen preguntas válidas en torno a la industria de la música y a la percepción de la misma desde dos orillas. Mientras el público se hace más demandante, los productores buscan estrategias para aumentar las ventas y sacarle mayor provecho al artista de turno, quien pasa súbitamente de ser un fenómeno australiano a uno mundial tras editar sus nuevos trabajos en EEUU.


Entonces, se hace patente el que Hutchence no seguía necesariamente ese juego y explica el por qué antes de la producción de “Kick”, el disco más exitoso de la banda, se embarcó en un proyecto personal llamado “Max Q” junto con músicos desconocidos (pero talentosos). Lo que sus compañeros podrían tomar como traición y los managers como un suicidio económico, no era sino parte de la búsqueda real de su “yo” artístico. Pero las obligaciones lo llevan de vuelta a la sala de ensayos con sus compañeros originales y es así que en 1987 el éxito les vuelve a sonreír por todo lo alto. ¿Era acaso esa obligación con la industria lo que de alguna manera mataba el verdadero espíritu de Hutchence? Por supuesto, para quien quiera mirar la trayectoria de la banda con ojos mercantilistas, podría analizar bajo los fríos números una simple crónica de ascenso y caída. Pero la inestabilidad de INXS en los noventa obedecía al hecho de que eran un producto de neta factura ochentera que ya no encontraba espacio en una década invadida por el grunge y nuevas tendencias. Esto en cuanto al conflicto de lo musical en sí.

Michael Hutchence con la cantante pop Kylie Minogue -y los mensajes escritos que le solía dedicar- y con Paula Yates, su última pareja.


Por el lado emotivo, Michael demandaba un entorno que le diera la ansiada estabilidad y que fuera de alguna manera su segunda familia. De las mujeres que tuvo como pareja, tanto la cantante Kylie Minogue como la modelo Helena Christensen fueron testigos de sus desvaríos al reclamar afecto en demasía. Este aspecto es acentuado a raíz de un desafortunado incidente (no lo vamos a spoilear), que no hizo sino agravar sus continuas depresiones hasta derivar en un estado de caos permanente en el que recurrió a drogas y medicinas tratando de ocultar su dolor.

La película encuentra su ritmo natural en el encadenamiento de muchos momentos de sus conciertos con imágenes robadas de su intimidad. La voces en off fluyen (incluida la del mismo Hutchence) con un encanto fantasmal a medida que la narración ahonda en la tragedia de su mente perturbada. La última media hora de la historia cobra un inusitado ritmo al acercarnos al terrible momento de su acto radical. Su última relación formal con Paula Yates, ex mujer y madre de las hijas del cantante irlandés Bob Geldof (cara visible de las campañas USA for Africa y Band Aid) son la confrontación final en un acto de acercamiento, apropiación y perdida del ansiado cariño familiar, lejos del malditismo y la búsqueda lisérgica de otros ídolos como Jim Morrison o Janis Joplin.


El documental no se revela con una alucinante innovación narrativa en el género, pero es absolutamente funcional en su intención de desnudar el alma de Hutchence lejos del glamour y la frivolidad cotidiana en la escena musical. Bono (líder de U2) le pregunta en algún momento: “¿qué es la música para ti?”, “liberación”, le responde Hutchence. Desafortunadamente, esta sobrevino cuando la música ya no se daba abasto como válvula de escape. ¿Acaso la industria musical fue inútil e indolente a su dolor? Júzguenlo ustedes mismos.


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