[CRÍTICA: “Titane” de Julia Ducournau]
- Gonzalo "Sayo" Hurtado
- 6 dic 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 17 may 2024
Ganadora absoluta en la última edición del Festival de Cannes, esta directora francesa vuelve a sorprender con una historia que trasciende las claves del suspenso y el gore para ingresar en un terreno en el que analiza sin tapujos el juego de roles en el que el cuerpo femenino es percibido desde la óptica del deseo más básico. Por supuesto, su protagonista, entre atrapada y fugitiva de ello, toma un camino brutal y sórdido para escapar de esa condición. Gracias a Cine Caníbal tuve la oportunidad de disfrutar de la función de prensa de esta película en Ciudad de México y aquí mis impresiones de la misma.

No es ninguna novedad el que Julia Ducournau tome rutas radicales para sostener sus tesis. En “Voraz” (2016) se valió del recurso del canibalismo para expresar su abierta disconformidad con un discurso machista del que su protagonista se termina evadiendo a través de un camino visceral y sangriento. En “Titane”, esos motivos vuelven a fluir con la misma motivación y con un notorio afán por tomar elementos de diversos géneros ligados al terror y el suspenso.
Todo inicia desde un episodio de niñez de Alexia (Adele Guigue), cuando su conducta rebelde y disconforme la lleva a sufrir un accidente automovilístico que termina con una placa de titanio en su fracturado cráneo. La huella tanto estética como psicológica de aquel momento empolla en el tiempo para afianzar un odio exacerbado contra el orden establecido, pero también contra la jerarquía masculina a partir de una figura paterna de la que se sugiere que es más culposa de lo evidente (lo interpreta el también director Bertrand Bonello, que comparte el espíritu transgresor de la película desde tramas como la de "Nocturama").
l primer tercio de la historia resulta sangriento y desaforadamente gore al mostrar la doble vida de una Alexia ya adulta (Agathe Rousselle), quien siendo una deslumbrante modelo se esfuerza con disgusto en provocar apetitos que la acercan a hombres básicos que luego pasan a engrosar su larga lista de víctimas. Pero esa faceta de serial killer enmascara una necesidad perturbadora de ser un objeto de deseo que al desnudar sus debilidades la lleva prácticamente a sepultar todo aquello relacionado con el afecto y/o el placer, como si la necesidad de exorcizar sus propios demonios deviniera en un manifiesto violentista en abierto desacuerdo con un orden patriarcal del que ella lleva una dolorosa e imperecedera marca.

A pesar del chocante inicio, el desarrollo deja en claro que la intención de la directora no es ofrecer un ejercicio sangriento de homenaje a los subgéneros, sino que más bien se vale de ellos como herramientas para construir una narrativa que entre el suspenso, el fantástico y el horror explora con circunspección los daños que las taras de la sociedad han hecho en su protagonista, pero sin justificar un proceder que es visto a distancia. Esto se manifiesta claramente cuando la vorágine violenta de la muchacha la obliga a huir y mutar brutalmente –una impronta tal vez basada en varios filmes de David Cronenberg-, haciéndose pasar por un joven desaparecido e instalarse en el hogar del jefe de bomberos Vincent (un muy convincente Vincent Lindon).

A partir de ese encuentro es cuando la historia explora una capa nueva, ya que el padre sustituto que Alexia encuentra es una afirmación tácita de aquel orden masculino que ella se ha propuesto combatir, pero entre la necesidad de aquel hombre de imponer la figura del hijo perdido y la de ella misma de sobrevivir en un entorno con rituales machistas y prejuicios varios, la chica termina por sublimar su conducta y adaptarse cómo si tratará de una criatura que responde a una pulsión suprema por no extinguirse. Pese a sus diferencias, los acerca su relación al dolor: mientras ella encuentra su propio bálsamo en una pulsión tanática, él se refugia en la morfina y en el desgaste físico de su ruda labor. Ambos representan a cuerpos degradados por su propio drama y víctimas -a su manera- que terminan por construir un vínculo desde la tragedia y la pérdida.

Vincent Lindon, el atormentado padre de "Titane"
Lo más saltante de “Titane” es, que a pesar de utilizar detalles duros y sanguinolentos, no se queda en la mera referencia a lo siniestro o a buscar el simple impacto como directores como Gaspar Noé. Su búsqueda postula una mirada sobre la joven brindando una reflexión feminista sin dogmatismos y desde una condición extrema que le toma el pulso a una sociedad intolerante y permisiva con el maltrato. Esto es más patente cuando la condición de Alexia por mantenerse como una sobreviviente encuentra una correspondencia en un padre que es capaz de contradecir muchos de sus propios postulados con tal de mantener viva la ilusión de tener una segunda oportunidad.

Alexia (Agathe Rousselle), la perturbada protagonista de "Titane"
Visceral y poco concesiva en esa ruta, la reflexión a la que invita esta película no resulta de ninguna manera fácil de digerir, pero no deja de ser interesante su nivel de riesgo al invitarnos a analizar desde un lugar que es más fácil de estigmatizar y con el que no suele haber empatía alguna. Eso sí, a la luz de los diversos títulos que han figurado en el palmarés del Festival de Cannes y muchos otros de los grandes referentes mundiales, “Titane” no termina siendo la película más compleja en el recuento anual, siendo su triunfo en la cita francesa la respuesta a una vocación política de muchos jurados por enaltecer obras que consagren un punto de vista femenino. Pero de todo ese grupo de obras premiadas bajo esa premisa, es una de las más interesantes, que duda cabe.

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