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[CRÍTICA: "Willaq Pirqa" (Perú) y "Last Film Show" (India)]

Foto del escritor: Gonzalo "Sayo" HurtadoGonzalo "Sayo" Hurtado

Actualizado: 29 dic 2022

Coincidentemente, ambas producciones se inspiran en la italiana "Cinema Paraíso" y tratan sobre un niño de un pueblo lejano que descubre la magia del cine como motor de vida. Aquí el análisis con los logros de una y otra.


Ya desde el hecho que 2 producciones de países tan distantes como Perú y la India tengan como referente a un clásico contemporáneo como la italiana "Cinema Paraíso" (1988) de Giuseppe Tornatore, explica el porqué de similitudes que saltan a la vista por el hecho de ser recreadas ambas en pueblos alejados de la modernidad, en contextos de pobreza y por ser habladas en idiomas originarios (quechua y guyaratí), además del plot principal de la historia, anclado en la mirada infantil de un pequeño (alter ego de los directores de turno) que descubre la magia del cine y hace grandes esfuerzos por ampliar su experiencia pese a la oposición de sus padres y entorno, siendo clave la amistad que entabla con el proyeccionista a cargo.

El pequeño Sistu (Víctor Acurio) de "Willaq Pirqa" siendo aleccionado por el proyeccionista (Bernardo Rosado) y similar situación en "Last Film Show": Samay (Bhavin Rabari) y su mentor Fazal (Bhavesh Shrimali).


En el caso de "Willaq Pirqa", se trata de un proyecto que ya estaba en marcha desde 2015, año en el que ganó el concurso de Estímulos Económicos otorgados por el Ministerio de Cultura para proyectos de largometraje de ficción hablados en lenguas indígenas. Es bueno apuntar que su director, César Galindo -afincado en Suecia-, ha desarrollado su carrera desde los 90 con cortometrajes de ficción que exploran la realidad nacional y foránea desde una mirada onírica, y documentales en los que predomina el impacto de los choques culturales. En el largometraje de ficción solo tenía una experiencia con "Gringa" (2010), donde a través del humor aborda con cinismo el caso de los "bricheros" en su afán por conseguir el bienestar económico enamorando a extranjeras. Historia atropellada que delataba su impericia en el manejo de este género en aquel momento, su siguiente paso con "Willaq Pirqa" supone un salto de calidad al abordar un registro que abre nuevas luces en la cinematografía nacional.


Lo auspicioso de esta propuesta es el balance que consigue entre la comedia y la realidad nacional para abrir una veta a un cine familiar en el que la producción comercial de más de una productora limeña no ha sabido encontrar el camino, el que está orientado a un universo de humor grueso, facilista y escasamente arriesgado por el afán de pegarse a fórmulas que les aseguren taquilla. En contraste a ello, Galindo ha tenido agudeza para proponer desde el ámbito de la serranía una película abierta a todos los públicos, de fácil conexión a través de su mundo de emociones y que al reflejar un conocimiento tan cercano del medio andino es una gran oportunidad para que ese imaginario termine de instalarse en el mercado desde sus muchas posibilidades comerciales. Su suceso en la última edición del Festival de Lima fue encomiable al ser la película peruana con más reconocimientos.


Sus formas narrativas, en las que denota una inocencia desde los ojos del pequeño Sistu, la alejan de un cine "pretencioso" y recargado intelectualmente, pero que encuentra su centro desde la idea del trascender más allá del terruño propio para volcar ese mundo y hacerlo imperecedero desde la experiencia cinematográfica. Así, cuando la comunidad no entiende el propósito de un espectáculo visual cuyos códigos le son ajenos y está subtitulado en español -siendo todos ellos quechua hablantes-, Sistu se convierte en la consciencia del pueblo al acudir a cada función para ser una suerte de narrador de historias que acerca aquellas vivencias con ánimo y calidez a los suyos. Es aquí donde la idea del cine como entretenimiento de masas cobra forma con ejemplos que van desde Bruce Lee hasta Charles Chaplin, reivindicándolo desde su propósito más primordial, pero también haciendo hincapié en la inexistencia de producción nacional y menos en quechua, lo que crea un vacío que el protagonista se tomará a pecho en su futuro. Desde luego, siendo el contexto la década de los 80 con la insania del terrorismo y la represión del ejército presentes en aquellos años, la historia opta por sugerir estos aspectos desde los miedos profundos o la figura de una mujer que camina errante como un espectro por haber perdido a su hijo para no romper el tono pueril con el que ha sido concebida.


"Willaq Pirqa" termina siendo un gran hito para el cine nacional y aunque su escasa repercusión internacional en festivales es un hecho estadístico, no hay que verlo como un demérito, ya que en los años venideros podremos sopesar la dimensión de su aporte en cuanto a la reivindicación del Perú profundo como un tema instalado en el público que acude habitualmente en busca de entretenimiento más allá de las burbujas festivaleras. Por supuesto, esto supone una lucha desigual ante exhibidores que lejos de valorar a producciones peruanas que aspiran legítimamente a ganarse al espectador, sufren de una suerte de veto al serles asignadas pocas salas y horarios inapropiados para que salgan rápidamente de cartelera en favor de tantos blockbusters empapados de ese "ánimo inclusivo" del que se jacta Hollywood.


SOBRE "LAST FILM SHOW"


El director indio Pan Nalin tiene una nutrida trayectoria desde los 90 entre el documental y la ficción, siendo recurrente su fascinación por mostrar el contraste entre el legado cultural de su país con el mundo occidental. Su primer largo de ficción, "Samsara" (2001), fue producido con el apoyo de Miramax y Disney, lo que le ha permitido una exposición mediana en la escena internacional. "Last Film Show" (2021) es su proyecto más ambicioso y fue estrenado en el Festival de Tribeca en Nueva York, teniendo presencia en otros como Beijing en China, BAFICI en Argentina y en la Semana Internacional del cine en Valladolid en España, donde se alzó como la gran ganadora, además de tener una ruta de distribución internacional con compañías de Asia, Europa y hasta la misma Netflix.


A diferencia de "Willaq Pirqa", donde el cine es un espectáculo itinerante con escasa presencia en la serranía de los 80, el escenario rural de la India en los dos miles es totalmente diferente, ya que estamos ante una industria que se ha asentado hace décadas y cuyos teatros -aunque lejanos de algunos pueblos- son accesibles en tren y convocan a muchos campesinos por el aliento religioso de muchas producciones. Lo que se hace énfasis aquí es a la decadencia de los grandes cinemas de una sola sala, del desuso del soporte en celuloide y todo el andamiaje que acarrea por el auge de la proyección digital.


Ese es el momento en el que nace la pasión de Samay (Bhavin Rabari), quien tiene una fijación por encontrar un camino en la vida más allá de ser un simple vendedor de té en las estaciones ferroviarias como su padre. El descubrir las funciones de cine le brindan una suerte de metáfora al empeñarse en "descubrir la luz", aquella que le revela imágenes maravillosas desde producciones de acción setenteras hasta las fastuosas celebraciones de los musicales tan característicos de su país, empeñándose en buscar la mirada cinematográfica al ver la proyección de las sombras de los paisajes al interior de un tren o buscar cómplices entre sus amigos al robar rollos de películas y crear una manera artesanal de proyectarlos en algún escondite de la pandilla.


Pero si en medio de las muchas carencias el cine es una suerte de "tesoro" que abre una dimensión mágica, la culinaria local también lo es. El director resalta el detalle con el que la madre de Samay le prepara el almuerzo diario que se lleva a la escuela: con curry, ajíes, garbanzos, verduras y el popular pan "chapati" y que se convierte en la moneda de cambio para pagar al proyeccionista Fazal (Bhavesh Shrimali), acceder a su recinto y aprender los secretos de aquel oficio. Ese retrato de la sociedad rural tiene también una gran una cuota de crudeza al no eludir el hecho de que los niños son corregidos a punta de golpes ante cualquier conato de desobediencia, creando un sentido de realidad cotidiano pero lejano de la comedia costumbrista como si es el caso de "Willaq Pirqa".


El momento del cierre del teatro no puede ser más impactante a los ojos del futuro director, ya que el reciclaje de todas las herramientas de proyección (incluidos los rollos de película) y convertidos en souvenirs, hace que su sola contemplación abra en el niño una mirada surrealista en la que surgen a manera de collage los nombres de cineastas indios que lo inspiran (el más reconocible es Satyajit Ray), además de ejemplos foráneos como Jean-Luc Godard, Francis Ford Coppola, Andrei Tarkovsky y hasta el mexicano Alejandro Jodorowsky (que en 1980 rodó en la India la cinta de aventuras "Tusk"). Es precisamente esa mirada más universal en su mensaje lo que ha situado a "Last Film Show" en el Short List de pre candidatas al Oscar a Mejor Película Internacional. Paradójicamente, su suerte en las salas indias no ha tenido mayor suceso, siendo una pieza autoral que deconstruye el proceso del cine popular en ese país y que a diferencia de su par peruana y su evidente conexión con el público rural, esta busca más bien su validación en la ruta de festivales internacionales.


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