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[FESTIVAL DE CINE DE LIMA 2021: México, Argentina y Perú en la Competencia de Ficción]

Foto del escritor: Gonzalo "Sayo" HurtadoGonzalo "Sayo" Hurtado

Actualizado: 1 sept 2021

Dentro de este grupo de películas, destaca nítidamente la delegación argentina al presentar un conjunto de obras más ambiciosas y autorales. Veamos el detalle de lo visionado en estos primeros días de la cita limeña.


*MÉXICO:


NOCHE DE FUEGO de Tatiana Huezo: Desde sus inicios en el documental, esta directora salvadoreña radicada en México ha incidido en el tema de la vulnerabilidad de las poblaciones rurales y urbanas afectadas por la guerra civil en su país como por la corruptela e impunidad en tierras mexicas. Sus primeros largos El lugar más pequeño (2011) y Tempestad (2016), fueron una apuesta por graficar esas realidades terribles e ingratas escapando de cualquier atisbo al reportaje televisivo, buscando más bien un imaginario visual con cierta poética y evidente mirada autoral para enriquecer el formato documental.


Desde esas experiencias previas, Noche de fuego” es un tránsito a una ficción con los mismos motivos temáticos y que sale adelante por su profundo conocimiento de dichas problemáticas sociales al imprimirle una asombrosa espontaneidad para graficar la transición de Ana, una niña que hace el paso a la adolescencia en un pueblo remoto en el que los pobladores se ven obligados a participar de la cosecha de la amapola para los cárteles locales, pero también se ven sometidos a los abusos de estos y al tráfico de niñas ante la ausencia de las indolentes autoridades.


La película no se queda solamente en el sentido de denuncia, sino que ahonda en el despertar al mundo de Ana y sus amigas Paula y María, haciendo un cambio de casting prácticamente imperceptible al momento de mostrarlas como adolescentes inquietas que deben llevar el cabello corto y ser despojadas de su natural femineidad para no ser codiciadas por el narco. Es precisamente la exploración en la rebeldía de la muchacha lo que subraya la impotencia frente a hechos que suenan lejanos y ajenos a ojos citadinos, aquellos mismos que luego se hacen inconscientes frente a la necesidad de cambios sociales que podrían afectar el statu quo de los segmentos pudientes.

Sobria y sin necesidad de hacer escarnio de su propio drama, Noche de fuego” consigue un retrato fiel y crudo a diferencia de otras propuestas que fallan al privilegiar el impacto fácil de lo marginal. La reflexión que propone en torno al desplazamiento social adquiere un sentido de universalidad en el contexto latinoamericano, subrayando con sutiles metáforas como la de la niña que es operada de una terrible deformación en el labio, que hay heridas imposibles de cerrar. Obtuvo un premio especial en la sección Una Cierta Mirada del Festival de Cannes.




50 O DOS BALLENAS SE ENCUENTRAN EN LA PLAYA de Jorge Cuchi: Más escalofriante que la propuesta que postulan algunas películas sobre adolescentes problemáticos y con conductas extremas, lo es el hecho de refugiarse “en hechos reales” para darle a priori un valor que valide sus muchas carencias. En el caso presente, el director publicitario Jorge Cuchi recoge algunos casos sobre suicidio de jóvenes en Rusia (cuyo patrón resulta a la fecha confuso y vago) para justificar una historia en la que dos escolares a la deriva: Félix (José Antonio Toledano) y Elisa (Karla Coronado), son reclutados en un macabro juego de internet para realizar un reto diario durante 50 días y que debe terminar con el suicidio de ambos.


El principal problema de la película reside en el hecho de no mostrar una vasta riqueza en el mundo interior de los jóvenes, siendo su caracterización de una apatía terrible como si se tratara de un par de zombis. En ese camino, la trama no busca una reflexión sobre tan complejo problema, solo se conforma con explotar el morbo alrededor de él y sin tener siquiera el pulso narrativo de las producciones promedio con las que Hollywood aborda estos temas desde el thriller.


50 o dos ballenas se encuentran en la playa” llega incluso al descaro de tratar de justificar el terrible proceder de ellos con una revelación sacada del bolsillo que no vamos a spoilear. La nula empatía con el drama de estos “emos suicidas” solo consigue estigmatizar y ahondar la brecha con aquellos jóvenes incomprendidos en su afán por distanciarse de lo formal y correcto en sociedad, rematando el mensaje final con un aliento a poesía barata.



*ARGENTINA:


EL PERRO QUE NO CALLA de Ana Katz: El universo cinematográfico de esta directora no se cansa de explorar los viajes existenciales de sus personajes, retratados desde la soledad, el despecho amoroso o la búsqueda del sentido de la vida. Por ello, es de celebrarse que dentro de esa lógica no se conforme con repetir un modelo y explore nuevos caminos que la llevan, en este caso, a una mirada macro al trazar el derrotero de Sebastián (Daniel Katz), un diseñador gráfico treintón que pierde la comodidad y el confort de un empleo seguro en una buena compañía por el apego que le tiene a su perro, al que no puede dejar solo en casa debido a que ladra sin cesar y perturba a sus vecinos.


Pero la súbita perdida de la mascota no es más que la excusa para seguir al protagonista en un recorrido de descenso, decadencia y renacer que será su duro tránsito a la madurez. Sebastián inicia sin querer un viaje en el que no parece haber redención, siendo marcado por abruptas elipsis que nos dan una idea de las muchas paradas de su camino, destacando particularmente su encuentro con una cooperativa de verduleros, escena que tiene la calidez y la reminiscencia de muchos momentos del neorrealismo italiano y que se ve invadida por una permanente melancolía gracias a la acertada elección de filmarse en blanco y negro.


El periplo tiene inicialmente la sensación de una caída libre y más aún cuando la historia toma cuotas de delirio al empatar con la pandemia de COVID19, momentos que son invadidos por un socarrón sentido del humor cuyo tono farsesco evoca la atmósfera del absurdo de comedias como “¿Quieres ser John Malkovich? (1999) de Spike Jonze, cuando no ironizar a las producciones post apocalípticas de los 60 y 70.


De semejante trip queda el resumen de lo vivido para Sebastián como una ruta de constante cambio y evolución, en la que la pérdida de la estabilidad económica y emocional en el primer tramo se convierte en la llave para descubrir la vida fuera del encierro de una rutina burocrática y a saborear sus matices. Se trata de una de las obras más consistentes de Ana Katz.




LAS SIAMESAS de Paula Hernández: El aliento de esta directora por lo cotidiano ha explotado tanto en su cinta precedente, Los sonámbulos (2019), como en esta última, donde consigue un logrado Tour de Force con una dupla de madre / hija: Clota (Rita Cortese) y Estela (Valeria Lois), quienes suman a sus muchas diferencias y desacuerdos el tener que hacer un largo viaje en bus desde Buenos Aires hasta la Patagonia para que la chica reciba un par de departamentos que ha heredado de su padre. La relación de dependencia que Estela ha desarrollado por su hija se ha tornado en tóxica y castrante, siendo esta una oportunidad única para emanciparse a la que Estela se aferrará.

El plot puede sonar simple y susceptible de agotarse en poco tiempo, pero nada de eso ocurre. La exposición de la relación habitual entre las dos mujeres no hace sino sugerir desde los hechos más triviales mucho del pensamiento clasista y conservador con el que Clota ha socavado la relación, mientras que Estela tiene pequeños momentos de fuga en los que trasluce un espíritu de libertad sometido en el tiempo por los prejuicios de la madre, quien a sus problemas de salud le suma graves indicios de demencia senil.



La dirección de fotografía opta por planos generales en los que la armonía visual es patente tanto en interiores como exteriores, enfatizando por contraste el rompimiento de la forzada reunión de ambas con un “orden natural” que reclama una restauradora solución, la que se dará en el momento climático de la película y exacerbada tanto por la deficiencia de un servicio de buses poco eficiente por los abusos de la patronal (institucionalidad empresarial que representa los valores de la madre), como por las indignadas fuerzas de la naturaleza.


Las siamesas termina siendo la prueba palpable que para hacer un buen cine no es necesario acudir a lo rebuscado ni caprichoso para trascender, solo es necesario ser un observador agudo de la propia cotidianeidad.




LA CHICA NUEVA de Micaela Gonzalo: En el panorama del nuevo cine argentino, Mora Arenillas se ha convertido en la imagen de la chica incomprendida y a contracorriente con lo establecido. Ya desde Por un tiempo (2011) como la hija adolescente de Esteban Lamothe, o en Invisible (2017) de Pablo Giorgelli, en la que fue una joven que debe lidiar con un embarazo no deseado, su rostro triste y desencajado transmite con fidelidad el sentir de una generación sin rumbo.


Micaela Gonzalo la escogió con acierto como protagonista de su Ópera Prima, aunque en el contexto de la muestra argentina se trate de una pieza menor pero no por eso menos apreciable. Fiel a sus habituales caracterizaciones, Mora Arenillas se mete en la piel de la errante Jimena, de quien sabemos poco o nada, salvo que anda a salto de mata en trabajos en los que nunca termina de encajar y a los que una vez que desecha, solo le sirven para realizar algún hurto que le permita saltar a un nuevo e ignoto destino. Esta vez elige ir hasta la Tierra del Fuego al encuentro de su medio hermano Mariano (Rafael Federman), quien la acoge con cierta molestia y la recluta para trabajar en la fábrica de ensamble de celulares donde él labora.


En este nuevo panorama comienza a quedar más claro el proceder habitual de la joven: una desarraigada total a la muerte de su madre y en condición de no reconocida por el desaparecido padre de Mariano. Jimena es el resumen de una cadena de abusos y omisiones que la hace desarrollar un mecanismo de defensa casi por instinto que la lleva al robo ocasional, pero sin apego a una convicción criminal que la haga escalar más allá.


De la mirada de la directora sobre este nuevo entorno tenemos muchos silencios y la fijación en el rostro de la protagonista que nos va dando la pauta de un estado de ánimo que poco a poco comienza a romper su coraza de hielo frente al mundo. En el trato con sus compañeras, aparece una suerte de calor familiar ajeno a ella y en el que busca apego, marcando distancia con su hermano a medida que este va revelando sus conexiones con el contrabando y negocios ilícitos que tienen una motivación muy diferente al antiguo proceder de ella.


El cierre de la historia no esquiva un nuevo caos desatado por Jimena, con el diferencial que ahora ocurre como una suerte de vehículo liberador en el que nace en ella una conciencia de clase en clara empatía con el gremio obrero que la ha acogido. El resultado puede sonar forzado y confuso, pero no deja de ser arriesgado para una primera obra que reencuentra a una juventud errante con ideales de antaño desde una reflexión social más allá de la coartada ideológica.




*PERÜ:


LXI (6) de Rodrigo Moreno del Valle: No es nada nuevo que en la cinematografía latinoamericana se busque construir una memoria alrededor de la clase media alta, siendo desde luego los resultados muy disímiles desde la perspectiva de cada cineasta. En esa búsqueda, el director refleja con fidelidad a un segmento al que conoce muy bien, buscando incidir a partir de una crónica de una noche en los sentimientos de clase, la percepción política y la mirada generacional de un grupo de limeños casi cuarentones que filtran su sentir desde los recuerdos escolares para afirmar su identidad presente.

Esas introspecciones, comunes en el cine de Lawrence Kasdan tal y como queda patente en Reencuentro (1983) y aborda luego entre el riesgo y lo contemplativo en Gran Canyon (1991), se emparentan con las intenciones de Rodrigo Moreno del Valle, quien disecciona en base a recuerdos gratos y tortuosos una fotografía de diversos prototipos limeños que explican el lugar que ocupan en el mundo desde un horizonte laboral susceptible de ser motivo de aceptación o sanción social, además de exponer prejuicios en torno a la sexualidad que dan la pista sobre la posición de cada personaje en un mundo en el que la intolerancia sigue siendo un rasgo distintivo del subdesarrollo mental.



En ese entramado, es el personaje de Humberto (Javier Saavedra) quien lleva la batuta de la historia, aunque el hecho de ser un tipo introvertido y callado lo lleve a rozar por momentos la inexpresión, refugiándose más en las secuencias en bicicleta por una Lima nocturna y distante que tratan de recalcar su propio misterio y sus fantasmas internos. A diferencia de su película anterior, Wik (2016), en la que el sentido de rompimiento con lo canónico era mucho mayor, el director opta por una historia más fácil de resolver y aunque acierta en su retrato grupal, deja la sensación que pudo haber llegado a reflexiones mayores a las que aborda desde un pasaje de la vida escolar que termina siendo más anecdótico. Fuera de ello, es evidente que el cine de Moreno del Valle camina por una transición que promete seguir escarbando meticulosamente en esa mirada a una Lima cuyo imaginario necesita alimentar al cine nacional.



LAS MEJORES FAMILIAS de Javier Fuentes León: Visión satírica de una “Lima aristocrática” que adquiere el efecto de una bola de nieve durante un almuerzo familiar que ventila los prejuicios y secretos de dos familias amigas. Si el año pasado La restauración de Alonso Llosa llenó de manera fallida ese nicho reservado a la decadencia de la “alta alcurnia”, la propuesta de Fuentes León denota un mayor oficio y manejo del lenguaje visual para aterrizar una propuesta que cumple con las formas y recursos del género, aunque no llega a ser una obra mayor al ser cerrada con cierta complacencia que desdibuja gran parte de la expectativa que con acertado cinismo ofrece inicialmente.

Las Mejores familias” acierta al exponer desde el humor el clasismo, la visión política de sus protagonistas, su hipocresía y sus prejuicios con el trasfondo de una protesta política que parece serles ajena desde muchas décadas atrás. El reflejo de todas esas contradicciones encuentra una válvula de escape al ser conocido un viejo secreto familiar que los expone en toda su dimensión. Es cuando el timing narrativo se ceba con los personajes al remarcar las consecuencias en la historia personal de cada uno, efecto que va más allá del hecho que el universo de actores escogidos redunda en algunos a los que vemos siempre por aquí y repetidos en sus mismas caracterizaciones (Giovanni Ciccia, Vanessa Saba, Cesar Ritter, por citar algunos), siendo más celebrada la presencia de otros como Gracia Olayo, Grapa Paola o Jely Reátegui.



Por ello, la resolución planteada con un forzado “espíritu inclusivo” apunta más a tantas comedias promedio y termina siendo un epitafio poco afortunado. Pese a los méritos que muestra en su primera parte, esta comedia termina estando muy por debajo del grueso de la competencia de ficción.




AUTOERÓTICA de Andrea Hoyos: El explorar en el despertar sexual de una adolescente no es un tema que tenga larga data en el cine peruano, solo si nos remontamos al episodio Historia de Fiorela y el Hombre-Araña de José Carlos Huayhuaca del largo Aventuras prohibidas (1980), en el que Pilar Brescia tuvo una lograda escena como una escolar que tras un encuentro íntimo con su enamorado se ve en el trance de enfrentar un aborto. La propuesta de “Autoerótica” encuentra su propósito al plantear el universo de Bruna (Rafaella Mey) desde la curiosidad pura. No se trata de una adolescente atípica ni de una chica traumada o con alguna anomalía que la empuja fuera de lo normal: tan solo es alguien que explora su entorno en busca de respuestas que afirmen su identidad.


Desde esa mirada, su mundo clasemediero rápidamente nos echa las pistas sobre sus vacíos afectivos como el hecho de que su madre (Wendy Vásquez) suele pasar por muchas parejas que la llevan a la inestabilidad, o la lejanía con su padre (César Ritter), por lo que ella busca refugio en una de sus pocas amigas como Débora (Micaela Céspedes) o en su profesora de natación (María del Carmen Gutiérrez), pero a pesar de esas reconfortantes presencias su sed de conocer su entorno puede más que la simple fidelidad o el resguardar códigos amicales típicos de la edad escolar.



La introspección que plantea la directora en torno a su protagonista resulta de un tono naturalista muy fluido y en el que el recurso de la voz en off no reemplaza a la narración visual, integrándose tan solo como un apunte de la personalidad de Bruna. En ese camino, su mundo interior se refleja fielmente en sus vivencias con sus muchas dudas, siendo el encuentro con un joven veterinario (mayor de edad) el resultado de su persistencia por obtener una cita a través de una plataforma de internet.


El enfrentar las consecuencias de aquel momento íntimo al que ella accedió por voluntad propia, la obliga a romper bruscamente con su realidad inmediata como menor de edad. Es el momento en el que el camino a la madurez se manifiesta sutilmente, siendo saludable que la resolución no se manifieste como un alegato moralista ni como una suerte de advertencia hacia lo prohibido, sino más bien como una compenetración con los sentimientos de una muchacha que solo busca descifrar su misterio personal.



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